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Fue después de la muerte de Jomeini: el ministerio de educación de Irán, cada año organizaba un festival y un concurso nacional de poesía. Los poemas que un día se escribieron en formas clásicas y con las palabras de propaganda del régimen islámico, poco a poco cambiaban sus colores y sus fragancias. Los oficiales tenían miedo de que el festival de poesía auspiciado por el gobierno, poco a poco se fuera transformando en un festival de versos libres y surrealismo. Por ese motivo decidieron cancelar todas las lecturas de poesía durante el festival, para que ningún estudiante pudiera escuchar otro tipo de poesía. Se produjo la ansiedad de la influencia. Ese año, nos tocó a nosotros, un grupo de estudiantes quienes escribíamos diferente y les solicitamos un espacio: un espacio tan pequeño como un poema para leer, solo uno y nada más. Nos permitieron elegir un solo poema. De Arman que era un poeta y traductor de la poesía kurda al persa pedimos un poema; en lugar de nuestra poesía, elegimos un largo poema de Sherko Bikas traducido por él al persa. Sherko lo escribió después del masacre de Halabcha. Al comenzar la lectura de ese poema los poetas oficiales y gubernamentales abandonaban la sala. Decían: “él es comunista, tenemos que irnos”. Ese poema de Sherko era nuestro grito de silencio.
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Tres años después de entrar a la universidad. Mi compañero de habitación, Ali, murió en un accidente, junto a otros seis amigos. El era de Kurdistana, un excelente matemático y tocaba el setar. Por primera vez tomé el autobús y fui a Kurdistana para estar con su familia. Mi madre tenía miedo. El sistema de propaganda de república islámica de Irán, había creado una imagen estereotipada y horrible de los kurdos. En la imaginación de las personas del norte de Irán, en los pueblos lejanos en los que las únicas imágenes del mundo llegaban por vía de la televisión o por radio, los kurdos tenían bigotes grandes, trajes antiguos y un cuchillo en la mano. Esperaban en las montañas y cortaban cabezas. Yo también tenía miedo de las montañas desconocidas de Kurdistana. Después de pasar la columna de Salavat-Abad, llegué a Sanandaj, y se abrieron las puertas de otro mundo: uno de gente amable, colores alegres y canciones del amor. Allá, en Kurdistana encontré una nueva familia, una nueva casa con mujeres que cantaban de memoria los poemas de Shirku Bikash. Allá, conocí otros relatos de la historia moderna de Irán. Me enteré de como Jomeini respondió a la generosidad y amabilidad de pueblo kurdo; como se crearon los héroes de la revolución por medio de los comandantes de la represión y como los pueblos fueron masacrados. Todos los kurdos cantan y su canto es la melodía de la resistencia. Una vez en Sanandaj, fui testigo de la masacre: testigo de las balas, de la herida y de la sangre. Eso ocurrió después de la manifestación contra el gobierno Turco, en solidaridad con Oyalan.
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En Kurdistana de Irán, las canciones y los poemas provenían de diferentes países: a veces de Turquía, a veces de Iraq, de Siria o simplemente llegaban desde el exilio. Los orígenes de esas canciones marcaban el territorio de Kurdistana. Era un país cuyo cuerpo vivía fragmentado en muchos otros países. El hecho de que Kurdistana no exista como un solo país, lo hace transcender de los círculos apretados del nacionalismo y lo convierte en un sueño, una utopía: Una utopía hija de la nostalgia; la nostalgia de un tiempo lejano, un tiempo anterior al del Estado nación; anterior a las fronteras modernas. La poesía y la música kurdas, narran ese sueño. La nostalgia acompaña al objetivo de crear utopía. Quizá por esa razón, en este tiempo en el que las utopías han desaparecido, el pueblo kurdo sea el más utópico del mundo. Es la utopía que inventa la resistencia de Kubane. En una época en la que los intelectuales castrados, el neoliberalismo y la globalización, niegan la existencia del cuerpo en cualquier ámbito de resistencia y admiran a la gente domesticada que se alimenta de palabras vacías, mientras que el pueblo kurdo toma las armas y lucha contra uno de lo mas horribles fenómenos de la globalización: contra los zombis de ISIS. Este cuerpo no huye, baila hacia el peligro. Sherko en un poema, tras la masacre de Halabcha que ordenó Saddam-Hussein, escribe una carta a dios. Dios nunca recibe la carta, porque en la oficina nadie entiende kurdo. Ese dios solo habla árabe. El idioma de dios siempre es el idioma de los padres, la autoridad y los vencedores. Así ha sido a lo largo de la historia. El kurdo es el lenguaje de las madres, el lenguaje de aquellas canciones nostálgicas.
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La poesía kurdistana es muy poco conocida en castellano y probablemente esta sea la primera compilación. En la geografía de idioma kurdo viven muchos grandes poetas y este pequeño cuaderno quizá pueda servir de prólogo. Mis amigos kurdos, mi vida en Kurdistana de Irán y mi curiosidad me han brindado la suerte de conocer las bases del idioma kurdo. Sin embargo, he intentado elegir poemas que fueron traducidos con anterioridad al persa o al inglés. El que podamos brindar esta colección no habría sido posible sin la ayuda de amigos como Arman Asadi, Kambiz Karimi, Sufieh Essmat, Omid Forutan, Weria Hawari-Nasab y Omid Zamani. También agradezco a Mónica Maorenzic y su pasión, quien revisó cuidadosamente y corrigió todos mis errores en castellano. Espero que esta publicación sirva como preámbulo para que el castellano abra sus horizontes a la poesía kurdistana.
Mi amigo Arturo Loera y yo dedicamos estas traducciones a las mujeres de Kubane y a las llamas de su oposición contra el ISIS. ¡Viva la resistencia! ¡Viva Kurdistana!