Abismal, Antología

Abismal

 

La poesía del poeta iraní Mohsen Emadi, leída desde Occidente, produce una nostalgia entrañable: la de la creencia en la poesía y en la palabra poética, la puesta en un lugar exacto del arte de la palabra: un lugar fuera de duda. Occidente recuerda en cada crisis su perdida capacidad de afirmación. Filosófica o sociológicamente la razón occidental está en lo correcto. Pero en poesía, asumir ese legado de permanente estar en crisis es una realidad dura para el poeta. La poesía de Mohsen Emadi no trae precisamente “noticias de Irán”. No, al menos, en un sentido descriptivo, de un color vivo y verde de olivos verdes o de altas montañas donde el sueño de una patria que no está domina el palco en que la palabra transita en busca de un escucha/espectador. Aunque la vitalidad de esta poesía se produce desbordada por una confianza ciega en el poder de la imaginación -vuelvo a la imaginación- la huella del exilio le da un tono crítico. Sin embargo, la crítica no se manifiesta en la poesía de Emadi por la puesta en entredicho del nombrar poético. La crítica en la poesía de Emadi se hace presente en la ruptura de la linealidad discursiva que es permanentemente inter-rumpida por el sobresalto imaginario: una razón de cambio de escena, de montaje basado en la discontinuidad lleva al poema a mostrarse casi como mosaicos imaginarios, como instantáneas donde a la percepción del lector le pasa por delante el mundo con una sensación particular de vértigo. Esa ruptura de la linealidad no es la razón vuelta contra sí misma: es el poder de la imaginación. Hace mucho que no leía una poesía que se entregara a la imaginación como si la imaginación fuera el territorio más -o el único- seguro, ese que se hace emerger como iluminación que no pertenece a ninguna distancia, a ningún “allá” o anterioridad que, atraída al presente, fuera la lluvia que apagara el fuego del desamparo. Al contrario -aquí recuerdo a Bachelard- la poesía de Mohsen Emadi es muy cercana a una poética del fuego por su fuerza combustiva oscilante entre la llama y lo que muestra arder.

Una paradoja feliz constituye así la poesía de Emadi: el convertir a la imagen poética en un espacio físico, no imaginari, que la palabra poética en su materialidad configura como lugar posible. Se arma algo épico detrás de las bambalinas de Emadi, algo que toda épica trae a caballo: el pasaje de lo imposible a posible sin que lo imposible pierda su misterio particular. Por el contrario, convierte ese posible que es la realización de un lugar aquí y ahora en una especie de coexistencia de dos planos dialogantes donde lo imposible actúa como fuerza positiva: lo imposible como amenaza de felicidad. Y lo interesante, para mí, es que la imaginación no oficia como refugio o república de la evasión. Moshen Emadi construye una poesía donde la imaginación encarna en la palabra. Esto que acabo de afirmar es difícil de creer en Occidente donde después del siglo XIX la poesía vivió los avatares de su propia desencarnación. El intento de rescate del surrealismo en las primeras décadas del siglo XX pareció a los ojos debilitados de la afirmación una suerte de vaticinio sobre el triunfo aplastante de la razón instrumental al servicio de la técnica más que la creación de una alternativa veraz a una poesía realista. La conversión en dualidad de los “antagónicos” realidad e imaginación situaron a la poesía al margen de sus propias posibilidades imaginarias.

De ese ensamble entre lírica y épica que entrega el poema de Mohsen Emadi viene la convicción de que en poesía todavía es posible el trato con temas “fundantes” como el amor, la patria, la tierra originaria, la justicia, la rebeldía, la amistad, verosímilmente , sin que medie en el poema ninguna razón de olvido ni ninguna mitificación al uso de las grandes derrotas que, para sobrevivir en la memoria como triunfos, suelen echar mano del más bajo uso de la nostalgia. Emadi demuestra que es posible estar fuera del lugar original sin ceder un palmo a la añoranza porque, lo sabe bien, la poesía es la tríada origen-medio-fin que se realiza materialmente en el medio. Tal vez porque la poesía, como toda acción vital cumplida en el momento en que se hace, no busca más promesa que su presente. Su posible escucha corre por cuenta de ese otro que viene al poema en busca de lo mismo. Hay mucho que escuchar de la poesía de Emadi en la medida en que no se olvide que todo poema nos toca y que la poesía es una forma de oriente.

Eduardo Milán

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